“Mi mayor regalo es que mis letras lleguen a toda persona que desee viajar sin mover los pies de sitio. Recibir el feedback de los lectores que me hacen crecer, enriquecerme y aprender cada día. Hacer sentir, soñar, amar y odiar; ofrecer al lector la vida de los personajes que he creado y que pueda disfrutarlos como yo al escribir de ellos. En este sentido, mi mayor deseo es que, más allá de la lectura de mis novelas, éstas queden en el corazón de quien las descubre”. Convencida de que siempre hay momentos para celebrar la vida y éste es uno de ellos, la escritora Angelique Pfitzner sorbe un poco de su copa de cava mientras disfruta de una apacible media mañana en el Bar.
Nacida en Múnich de padre alemán y madre española y encantada “de absorber la vida y no ver pasar el tiempo sin poder disfrutarlo”, la autora, de formación científica en el ramo de la farmacia, celebra con un nuevo título, Matilde, los poco más de diez años transcurridos desde su aplaudido debut con Compulsiva obsesión, y al que han seguido títulos como ELDHA, caso cerrado, el recopilatorio de relatos Big Bang 13 o Los niños del éxodo, además de varios relatos, premios e iniciativas como programas en radios y televisiones locales abordando temas literarios.
“Con Matilde he salido de mi zona de confort, que es la novela negra, publicando un libro de género histórico” explica la autora a propósito de una obra que cubre aproximadamente el último siglo de historia en España, y que presenta estos días. “Narra la vida de una mujer de 98 años que vive en una residencia con 24 ancianos más y, como ella dice: La vejez no es una enfermedad, sino un estado en el que pasaremos todos si sumamos años. Es la historia de casi cien años de este país en la piel de una generación de sabiduría y silencio que no podemos olvidar”. En paralelo, la autora no desatiende su labor de impulsora y comisaria del veterano certamen de novela negra Lloret Negre, que celebra una nueva edición el 24 y 25 de este mes.
“Me siento una observadora del mundo, de sus injusticias, desigualdades”, explica a propósito de su necesidad de escribir, entendida y vivida como “la necesidad de volcar entre páginas y capítulos todo lo que me sacude y no puedo gritar”. Y asegura: “Cada novela que he escrito es un fiel retrato de la realidad. Cada una es diferente y refleja algo de nosotros, los humanos”.
Lo que nunca te podrán quitar
Orgullosa “de seguir aprendiendo con la literatura, plantearme a mí misma retos y salir de mi zona de seguridad”, la parroquiana ama la idea de “crear vida, personajes que habitan en un mundo paralelo y son tan reales como nosotros”, a través de una escritura con la que se siente feliz y con la que, “poco a poco voy haciéndome un nombre”.
— Espero y deseo aprender toda la vida de este oficio tan humilde y a la vez extraordinario que es la literatura, —remata.
Y, en esta reflexión, se incluye la que, para la escritora, es “la obligación, por parte de cada uno de nosotros es velar para que se proteja y se cuide la cultura, la educación y los valores. Los tres pilares principales para la sociedad, presente y futura. Es nuestra obligación proteger esa fuerza que será nuestra herencia”, reflexiona sobre el papel de los adultos como transmisores de patrimonios intangibles para cimentar un mañana mejor. “A los jóvenes siempre les ofrezco la misma reflexión: En la vida te podrán quitar la casa, el trabajo, el coche, la pareja, pero los valores y los estudios, la cultura aprendida y la educación nadie te los puede quitar. Son nuestros. De cada uno de nosotros”.
Barcelona y su esencia, los barceloneses
“Desde que vine de Alemania, ya hace bastantes años, esta ciudad es mi segundo hogar. Disfruto de sus calles, de su gente, de los amigos que tengo y desde luego de su vida, de su energía, de su hospitalidad. Barcelona es una parte muy importante de mí y de mi familia”, explica la escritora, a la que le encanta perderse “en sus mercados municipales de barrio, escuchar a los niños, las conversaciones de las personas mayores de las que tanto tenemos que aprender”. Algunos de sus descubrimientos urbanos se reflejan, como no podía ser de otra manera, en su obra, “como las ruinas que encontramos en la carretera de Collserola, que pertenecen al antiguo casino de Barcelona, el más grande que hubo en Europa, y que sale en Matilde”.
No le faltan palabras de amor para la Barceloneta, de la que se deleita en recordar las tiendas junto al mar, el paseo de antaño, “el olor a sal y Mediterráneo” o a pasar por la librería Fahrenheit 451, en la calle de La Sal, local que otrora acogiera el Negra y Criminal del añorado Paco Camarasa, “donde, debajo del suelo, y a través de un cristal, se pueden contemplar ruinas romanas”.
Dolida en ver “una Barcelona sucia, con muy poco mantenimiento”, la parroquiana lamenta que unos impuestos que cada vez son más altos “estén obligando a mucha gente a marchar a la periferia. Ello provoca una gran cantidad de negocios extranjeros que visten las calles de una personalidad equivocada. Todo el mundo tiene derecho a encontrar su hogar y poder tener oportunidades, obviamente, pero, por supuesto, justas y equitativas para todo el mundo. Y no hay que olvidar a los barceloneses, que son la esencia de nuestra ciudad”, sentencia apurando su copa de cava.
— Pues la esencia de este Bar, además de las buenas conversaciones, es su inigualable repertorio culinario. Tenemos tapas, raciones, bocatas, dulce, salado… lo que necesites para un gran almuerzo.
Angelique Pfitzner asume un semblante reflexivo: “No tengo preferencia. Normalmente lo que escojo depende de las prisas, del hambre, del calor o del frío, y también de mi estado de ánimo”.
Tras unos segundos, su rostro adquiere una sonrisa cómplice, antes de espetar:
— Dejo a mi cerebro decidir qué le apetece tomar. ¡Soy un espíritu libre!… —y ríe.